En los siglos posteriores Matute, como tantos otros pueblos riojanos, mantendrá un notable vigor demográfico, consecuencia en su caso de la diversificación de recursos rurales que, sin sobresalir especialmente en ninguno, le permitirá disponer de todos y sortear airosamente, dentro de una situación media de penuria, las crisis sectoriales que periódicamente sacudan a nuestro país, priorizando uno u otro en función de las circunstancias: agricultura, ganadería, caza, pesca, artesanía textil y lanera de encargo, caleras y tejeras de autoconsumo y, sobre todo, un monte inagotable en madera, carbón, majadas, minas y frutos diversos.
Sin alcanzar las cifras de sus vecinos Anguiano y Pedroso, llegará a contar en el momento culminante, el saludable S. XVI, con unos 1.000 habitantes que descenderán sensiblemente en el calamitoso siglo siguiente para volver a remontar en el XVIII al compás de una nueva bonanza general pero ya con cotas más bajas, entre 800 y 500, cifra esta última que mantendrá holgadamente hasta mediados del XX a pesar de las sangrías de la emigración: a Iberoamérica en el XIX y al País Vasco tras el paréntesis de miseria y retroceso de los primeros veinte años de la dictadura franquista. Desde entonces sufrirá un descenso imparable y sostenido que lo llevará a la postración demográfica actual, con una población algo superior al centenar, mayoritariamente envejecida y necesitada con urgencia, como el resto de pueblos, de un plan de dinamización y reconversión rural que le permita afrontar con garantías de continuidad la irresistible sociedad urbana en que vivimos.
Dentro de esa diversidad económica el Monte, ya se decía, ha desempeñado un papel estelar porque una parte, la Dehesa de Río San Miguel o Dehesa, generaba ingresos de arrendamiento en su calidad de bien propio y el resto era de aprovechamiento conjunto en cuanto bien comunal. Ésta es la razón de que buena parte de nuestra historia gire en derredor de él y de que todas las generaciones de matutinos le hayan tenido un cariño especial, cuidándolo como algo propio y defendiéndolo fiéramente del intrusismo ajeno. Los conflictos más graves y abundantes se mantendrán, a pesar de la devoción y romería anual a su Virgen, con el monasterio de Valvanera, vecino favorecido por reyes y nobles y a quien en fecha tan temprana como 1092 Alfonso VI concede el privilegio de compartir pastos con Matute, Tobía y Anguiano desde "Campastro al valle de Zancos y desde Pinilla hasta el mismo Campastro".
Precisamente por eso estos tres pueblos constituirán desde muy antiguo una Mancomunidad de montes que aún perdura: para incrementar su fuerza defensiva frente a tan poderoso adversario, lo que, por cierto, casi nunca lograrán pues la justicia real se decantará generalmente a favor del monasterio, como sucederá en los reinados de Fernando III, Alfonso X, los Reyes Católicos o durante el S. XVII que, dada la profunda crisis que lo recorre, acumulará el mayor número de litigios. Otra fuente continua de problemas provendrá de su vecino del norte, Villaverde, que, amparado primero por el monasterio de San Millán y después por el duque de Nájera, sostendrá con la Mancomunidad numerosos pleitos y hasta peleas por el aprovechamiento de Ricoja o Marrachán, como la de 1652 en que unos delegados de Matute fueron atacados sorpresivamente en plena función de deslinde con piedras y palos por un numeroso grupo de villaverdinos, lo que supuso a sus cabecillas el duro castigo de la condena a galeras.