Prehistoria

Aunque hasta el s. XI no se cita documentalmente a la localidad, existen testimonios arqueológicos muy anteriores en la zona montañosa de Londeras, distante un kilómetro hacia el Oeste, de un poblamiento celta, posiblemente de la tribu de los Berones, correspondiente al periodo prehistórico del Bronce, con una antigüedad de unos tres mil años y adscrito a la llamada Cultura de las Cogotas.

Asimismo en la parte alta de Certún, tierra agrícola también a un kilómetro pero al NE, se han encontrado restos de vajilla de la variedad Terra Sigilata Hispánica, hecha posiblemente en los alfares de Tritium Magallum, Tricio, que delata la presencia en esa área de un asentamiento romano, tal vez villa rústica, reconvertido siglos después en un monasteriolo dedicado a Santa María que, finalmente, evolucionaría a la ermita de la que se guarda memoria reciente. Otros testimonios, por ejemplo una lápida romana perdida al reformar la carretera en los años 50, hablan de la existencia de pequeños núcleos diseminados por la zona agrícola del Este hasta Crispanas, como Terreros y Colia o Cogga, sin que conozcamos todavía su cronología pero aventurándola imprecisamente entre la época tardorromana y los inicios reconquistadores, S. V al X.

Monarquía de Navarra

Parece que el pueblo propiamente dicho, en su asentamiento y denominación actuales, nació en torno al año 1000 de la mano de la monarquía navarra de los Jimena o Abarca que, recién instalada en Nájera por reconquista a los musulmanes, se esforzaba en esos años por controlar el alto Najerilla en pugna con los condes de Castilla,.

Durante un siglo aproximadamente Matute formará parte de una línea fronteriza resguardada por una red de castillos que, en su caso, se correspondía con el de Tobía, edificio de origen incierto, tal vez de época romana o musulmana, que todavía conserva el arranque de su pared meridional, donde según la Crónica Najerense estuvo preso el conde castellano Fernán González, aunque el poema homónimo lo encierra en el de Castroviejo, y desde el que un delegado real, de los Jimena navarro-najerinos primero y a partir de 1076 de los castellanos, dominará la zona a título de señor. Será también esa situación fronteriza, dado el riesgo que entrañaba habitarla por las continuas incursiones de unos y otros y la probable consecuencia de un bandolerismo de guerra, la que decida a los reyes a favorecer su repoblación con concesiones y ventajas además de procurarse el beneplácito eclesiástico, en cuanto más importante valedor de la época, animando a crear monasteriolos (Sta. María de Certún, S. Cristóbal de Tobía), iglesias (S. Román, S. Miguel) y ermitas (S. Andrés en La Peñuela, S. Quirico en el monte y otras desaparecidas o reconvertidas). Es así que los primeros pobladores de Matute, seguramente una mezcla de foráneos y descendientes de los ancestrales berones e hispanorromanos, gozarán desde el principio de la condición de libres y dispondrán de unos fueros o derechos especiales como atestiguan algunos documentos:

"omnes Matutensi concilio" (todos los de Matute en asamblea o concejo), dirá la referencia más antigua, de hacia 1010, conservada en el cartulario de San Millán de la Cogolla, al escriturar la venta de una viña a favor de ese monasterio y donde los matutinos figurarán como testigos a título de "concilio", organismo de gobierno de la época, especie de Ayuntamiento, potestativo sólo de quienes gozaban de la condición de libres.

"et dono vobis eos foros quos habent vestri vecini de Mathuto" (y os concedo los Fueros que tienen vuestros vecinos de Matute), señalará en 1149 un decreto del rey Alfonso VII de Castilla a favor de Villanueva, pueblo limítrofe del que hablaremos más adelante, por el que indirectamente sabemos de la existencia en Matute, seguramente desde su fundación, de unos fueros o derechos de sus habitantes que, en opinión del medievalista matutino Fco. Javier García Turza más que de una ley específica se trataría "de un conjunto de usos y costumbres", lo que no era poco si tenemos en cuenta que las poblaciones del entorno (Anguiano, Villaverde, Pedroso, Ledesma, Bobadilla) no sólo no los tenían sino que estaban sometidos en calidad de siervos a monasterios o a señores nobiliarios.

Villa de Realengo

En definitiva Matute nacerá y mantendrá siempre su condición de poblado libre, lo que no contradice que hubiera diferentes categorías sociales y que algunos de sus habitantes fueran siervos o collazos de los más pudientes, pero administrativamente sólo dependía del Rey y no de ningún otro señor, es decir, era una Villa de Realengo que, como tal, tenía derecho a nombrar sus autoridades y jueces.

No obstante esa condición no impedía que simultáneamente se aprovecharan de algunas de sus riquezas y tuviera que pagar impuestos a determinados Monasterios en calidad de señorío territorial o solariego, es decir, por concesión del Rey a los mismos para su explotación y usufructo. Ésta es la razón por la que la historia de Matute está entreverada durante varios siglos, particularmente los de la Edad Media, con el devenir de los monasterios próximos. Primero con el de San Millán de la Cogolla hasta que en el siglo XII intercambie con Valvanera su monasteriolo de San Cristóbal de Tobía por otro de aquel cercano a Badarán. También con el de Santa María La Real de Nájera por su posesión del monasteriolo de Certún y tierras aledañas durante varios siglos, desde por lo menos el siglo XI, cuando el rey Don García III y su esposa Estefanía confirman esa propiedad, hasta fecha indeterminada, posiblemente el siglo XIX.

Pero la relación más intensa se mantiene con el monasterio de Valvanera por su vecindad de pastos y montes y porque dominaba, por donación de Don García III en el siglo XI, un poblado, limítrofe por el lado sur, llamado Villanueva, asentado en la ribera del Najerilla en la vertical al Reloj o falda oriental del San Quiles, desaparecido hace siglos y sólo perdurable en el topónimo Vallenava y en algún resto humano y material con los que esporádicamente tropiezan los labradores. Desde él, además de San Cristóbal de Tobía, Valvanera intentará controlar Matute consiguiéndolo sobre todo hasta el siglo XIV cuando la población de Villanueva, harta de tantos conflictos y peleas con los matutinos, abandone el lugar y se traslade a unas cuevas del otro lado del Najerilla, donde permanecerá hasta su definitiva absorción por Anguiano aunque el dominio valvanerense sobre el lugar subsistirá hasta la desamortización del XIX, cuando el liberal Mendizábal confisque los bienes de la Iglesia y obligue a la exclaustración de frailes y monjas, reconvertido en un modelo de explotación agropecuaria de cuya existencia da cuenta el topónimo La Granja, vocablo con el que se conoce actualmente la zona y las ruinas supervivientes, casi todas ellas restos de unas reformas del siglo XVIII. El otro monasterio de influencia poderosa ha sido el de Santa María de Cañas a quien el rey Alfonso X donó en 1256 la villa de Matute pero sin cederle las facultades jurisdiccionales, es decir la potestad de nombrar autoridades y jueces, que ejercería por delegación real el merino de Nájera hasta el siglo XV cuando un privilegio de Enrique IV, confirmado luego por los Reyes Católicos, concedió a Matute jurisdicción independiente, esto es, la facultad de nombrar por su cuenta dichos cargos públicos. Esta relación con el monasterio de Cañas se mantendrá hasta la referida desamortización del XIX en que Matute adquirirá la plena libertad y será la causante, dicho anecdóticamente, de que en ese pueblo y su vecino Villar de Torre prolifere tanto el apellido Matute, cual legado antroponímico de un pasado de servidumbre monástica.

Vigor demográfico S.XVI-XVII

En los siglos posteriores Matute, como tantos otros pueblos riojanos, mantendrá un notable vigor demográfico, consecuencia en su caso de la diversificación de recursos rurales que, sin sobresalir especialmente en ninguno, le permitirá disponer de todos y sortear airosamente, dentro de una situación media de penuria, las crisis sectoriales que periódicamente sacudan a nuestro país, priorizando uno u otro en función de las circunstancias: agricultura, ganadería, caza, pesca, artesanía textil y lanera de encargo, caleras y tejeras de autoconsumo y, sobre todo, un monte inagotable en madera, carbón, majadas, minas y frutos diversos.

Sin alcanzar las cifras de sus vecinos Anguiano y Pedroso, llegará a contar en el momento culminante, el saludable S. XVI, con unos 1.000 habitantes que descenderán sensiblemente en el calamitoso siglo siguiente para volver a remontar en el XVIII al compás de una nueva bonanza general pero ya con cotas más bajas, entre 800 y 500, cifra esta última que mantendrá holgadamente hasta mediados del XX a pesar de las sangrías de la emigración: a Iberoamérica en el XIX y al País Vasco tras el paréntesis de miseria y retroceso de los primeros veinte años de la dictadura franquista. Desde entonces sufrirá un descenso imparable y sostenido que lo llevará a la postración demográfica actual, con una población algo superior al centenar, mayoritariamente envejecida y necesitada con urgencia, como el resto de pueblos, de un plan de dinamización y reconversión rural que le permita afrontar con garantías de continuidad la irresistible sociedad urbana en que vivimos.

Dentro de esa diversidad económica el Monte, ya se decía, ha desempeñado un papel estelar porque una parte, la Dehesa de Río San Miguel o Dehesa, generaba ingresos de arrendamiento en su calidad de bien propio y el resto era de aprovechamiento conjunto en cuanto bien comunal. Ésta es la razón de que buena parte de nuestra historia gire en derredor de él y de que todas las generaciones de matutinos le hayan tenido un cariño especial, cuidándolo como algo propio y defendiéndolo fiéramente del intrusismo ajeno. Los conflictos más graves y abundantes se mantendrán, a pesar de la devoción y romería anual a su Virgen, con el monasterio de Valvanera, vecino favorecido por reyes y nobles y a quien en fecha tan temprana como 1092 Alfonso VI concede el privilegio de compartir pastos con Matute, Tobía y Anguiano desde "Campastro al valle de Zancos y desde Pinilla hasta el mismo Campastro".

Precisamente por eso estos tres pueblos constituirán desde muy antiguo una Mancomunidad de montes que aún perdura: para incrementar su fuerza defensiva frente a tan poderoso adversario, lo que, por cierto, casi nunca lograrán pues la justicia real se decantará generalmente a favor del monasterio, como sucederá en los reinados de Fernando III, Alfonso X, los Reyes Católicos o durante el S. XVII que, dada la profunda crisis que lo recorre, acumulará el mayor número de litigios. Otra fuente continua de problemas provendrá de su vecino del norte, Villaverde, que, amparado primero por el monasterio de San Millán y después por el duque de Nájera, sostendrá con la Mancomunidad numerosos pleitos y hasta peleas por el aprovechamiento de Ricoja o Marrachán, como la de 1652 en que unos delegados de Matute fueron atacados sorpresivamente en plena función de deslinde con piedras y palos por un numeroso grupo de villaverdinos, lo que supuso a sus cabecillas el duro castigo de la condena a galeras.

Emigraciones

Ahora bien, no se entienda con lo dicho que Matute haya sido una especie de comunidad idílica. Que la diversidad de recursos sea su rasgo distintivo y que no haya tenido exageradas diferencias sociales no quita para que haya padecido rachas de escasez y penuria, en paralelo a las que sufría prácticamente toda España sólo que menos agudas en términos relativos por las ventajas apuntadas. Y que su población haya afrontado la adversidad económica de modo similar a como lo ha hecho tantísima gente de este país, atrasado y subdesarrollado durante siglos: marchándose de su localidad para emprender la aventura de la ciudad o de ultramar. Matute, en efecto, ha sido también un pueblo de emigrantes. Las primeras salidas masivas se producen tempranamente, en un periodo próximo a su fundación, sobre todo en torno a los siglos XI y XIV, como consecuencia de una problemática común a las poblaciones del entorno y a las serranas, mezcla de presiones señoriales para reducir su libertad y de malas cosechas, que los lleva a desplazarse hacia el suroeste/ sureste, pasando al otro lado de las sierras de Urbión y la Cebollera para asentarse en tierras de Ávila, Segovia y, especialmente, de Soria, donde todavía hoy subsisten dos pueblos, Matute de la Sierra y Matute de Almazán, que en su nombre conservan el topónimo de procedencia como testimonio elocuente de la añoranza que debieron sentir esos matutinos por la forzada marcha de su patria chica.

La siguiente emigración tiene lugar en el S. XVII, y tal vez en el anterior, como resultado de la peripecia que vive España por la exploración y conquista de América tras el descubrimiento de Cristóbal Colón en 1492. No sabemos al día de hoy la cuantía exacta, aunque la imaginamos significativa por el paralelismo con lo acontecido en otras localidades, pero conocemos algunos datos reveladores, como que desde 1663 hasta la actualidad está registrado el apellido Matute en Ecuador, primero en el altiplano andino de la sierra de Cuenca, próxima a Perú, y después en la llanura costera de Jipijapa, lo que induce a pensar que su origen esté en un grupo de matutinos desplazados a la zona con el señuelo, tan generalizado en esa época, de un fácil enriquecimiento en cuanto miembros de la potencia colonizadora. Asimismo está constatado el paso por América en esa época colonial de tres matutinos que hicieron fortuna allí y una parte de la cual quisieron compartir con su pueblo mediante regalos y obras sociales: son los conocidos genéricamente como indianos. En orden cronológico el primero fue Martín de la Cuesta, hijo del regidor e hidalgo Joseph de la Cuesta, capitán en Perú, casado con Margarita Hurtado de Mendoza (Descendiente a su vez de una de las familias más poderosas del reino de Castilla), que vino a morir a su pueblo donando a la Iglesia de San Román numerosos y valiosísimos objetos de plata y haciéndose enterrar en ella junto a la mitad de su pared sur, como se comprobó hacia 1960 en unas reformas; su único hijo, Joseph de la Cuesta y Hurtado de Mendoza, fue precisamente el que levantó en 1707 la casona-palacio junto al estribo sur de la Iglesia al reedificar la antigua casa de sus abuelos, los hijodalgos Joseph de la Cuesta e Isabel de la Fuente.

El siguiente es Simón Ruidíaz, del que sólo sabemos que vivió en la localidad peruana de Ciudad de los Reyes y que tuvo la generosidad de destinar en 1741 ocho mil pesos de plata para mantener en su pueblo una Escuela de Gramática o Latinidad, especie de Instituto de Secundaria que funcionó hasta 1814: la mitad para invertirla en censos, préstamos, con cuyos intereses se pagaba a un maestro, y la otra mitad para habilitar una antigua casa junto a la Iglesia como escuela y vivienda del maestro, que posteriormente se empleó también como sede del Ayuntamiento "por carecer la villa de otro edificio más apropiado" (Miguel Zapater en "Contribución de los emigrantes a la educación de La Rioja"). El tercer y último indiano fue Eusebio García Monasterio: residente en México, teniente coronel y de familia comerciante, en 1820 mandó levantar un edificio de nueva planta en la plaza para que sirviera de Escuela de Primeras Letras en la planta baja, gratuita y para ambos sexos, y de vivienda del maestro en la primera; además, destinó sesenta mil reales de vellón, invertidos en deuda pública, y ochenta y cuatro fanegas de tierra blanca que poseía en Huércanos, de donde descendían sus padres, para sueldo del maestro, premios a los alumnos, material didáctico y reparación del edificio; poco más sabemos de nuestro paisano benefactor salvo que al poco tiempo residirá en Cádiz con su hermano Plácido, quien en 1826 se hará cargo de la fundación que administraba la Escuela, muy probablemente por fallecimiento de Eusebio, sendos cuadros del cual y su mujer, no parece tuviera hijos, presidían las respectivas aulas de chicos y chicas de una Escuela que se mantuvo operativa hasta 1964, aunque desde principios del S. XX, como otras en su misma situación, pasó a depender del Estado (Tomado del mismo estudio de M. Zapater).

Las restantes emigraciones, descontando el trasiego esporádico por negocios apadrinados (Los Pérez y Hernáez en Logroño, los García y Jiménez en Madrid o los Mateo en Bilbao), u otros motivos profesionales o vitales están originadas por la penuria que recorre la España rural durante tanto tiempo. Así, desde el S. XIX y hasta los años cuarenta del XX, con el señuelo de "hacer las américas", muchos matutinos atravesarán "el charco atlántico" para recalar en Iberoamérica, especialmente en Argentina y Paraguay, donde todavía hay una importante colonia de sus descendientes. A partir de los años sesenta, en pleno desarrollismo franquista, muchos más salvarán un trayecto más corto, pero igual de forzado, para dirigirse al entonces floreciente País Vasco, sobre todo a los altos hornos de la Margen Izquierda del Nervión en Bilbao, manteniendo siempre, dados la relativa cercanía y el magnetismo del terruño, una relación fluida con el pueblo añorado hasta convertirse, junto con la numerosa colonia de Logroño, en la esperanza de futuro en un momento en que Matute, como la mayoría de pueblos riojanos, ha perdido su originaria función existencial para reconvertirse en lugar de segunda residencia y asiento del ocio vacacional o finsemanal.

Resumiendo

El origen libre como villa de realengo en la frontera navarro-castellana, la mediana calidad de sus polivalentes recursos junto al intenso contacto mantenido durante siglos con los cultos, aunque acaparadores, monasterios de su entorno explican las peculiaridades más destacadas de la idiosincrasia matutina: posicionamiento progresista, volcamiento al estudio y nivelación social. Del primero hablan, centrándonos en los siglos recientes, la hegemonía del Partido Liberal de Sagasta hasta la caída de Alfonso XIII, la preponderancia izquierdista, en sus versiones azañista y radical-socialista, durante la 2ª República y la condición de feudo del PSOE durante la actual Democracia; con la virtud añadida de no haber generado nunca enconos u odios insalvables sino tolerancia y sana convivencia, como lo prueba el periodo de la Guerra Civil donde no existieron las vengativas delaciones de otros sitios sino un comportamiento solidario, gracias al cual sólo hubo leves, aunque lamentables, represalias a ciertos izquierdistas, y donde la propia la Guardia Civil, entonces con cuartel en el pueblo, hizo demostración de ese espíritu de hermandad impidiendo que falangistas de Baños de Río Tobía se llevaran a algunos a una muerte segura. En cuanto al interés por estudiar son pruebas irrefutables la temprana creación de una Escuela de Gramática o Latinidad, especie de Instituto de Secundaria, (En 1741 por el indiano Simón Ruidíaz) y de una Escuela de Primeras Letras, gratuita y para ambos sexos, (En 1820 por el también indiano Eusebio García Monasterio), cuando en España y La Rioja escaseaban una y otra, así como la prolífica cantera de Maestras, Maestros y Licenciados que ha generado Matute y que seguramente lo han convertido en el pueblo de mayor índice de carreras por habitante de España, sobre todo cuando el analfabetismo y la desescolarización predominaban en nuestro país. Por lo que hace a la distribución de la riqueza, si no al extremo del poeta matutino Luis Hernáez Tobías en su "Carta histórico - lírica" cuando canta, pletórico de pasión filial, que "No había en nuestro pueblo muchas clases / de estamentos sociales: esa rancia / casta de personajes importantes / en Matute jamás tuvo importancia", pero sí que es cierto que no han proliferado ni las grandes fortunas ni la miseria generalizada sino un mayoritario tipo medio, de recursos ajustados, eso sí, y compatible con la existencia de algunas familias más acomodadas y otras pobres pero ni escandalosa ni numéricamente llamativas.

Cierto es, a este respecto, que algunos apellidos tienen más rancio abolengo que otros: tal los Núñez, Sánchez/ Sáez, García o los Gómez, presentes desde la fundación del pueblo en torno al año 1000; o los Ruidíaz, Jiménez, Párraga, Caballero, de la Cuesta, de la Fuente o los Pérez, que siglos después constituyen las familias nobles; a los que se unirán en el siglo XIX, llegados de fuera, cuando hayan desaparecido los privilegios estamentales, los Torres y los Hernáez, éstos desde Sotés, al adquirir importantes propiedades durante la Desamortización de los bienes de la Iglesia y exclaustración de frailes realizada por Mendizábal en 1836. Sin embargo el tiempo y la escasa polarización originaria ha ido borrando diferencias y permitiendo que otros apellidos prosperaran hasta igualar, y aún superar en algunos casos, a los de más añeja categoría: como los de ascendencia popular (Montes, Monasterio, Corral, Cerezo, Clemente, Lozano, Lacalle, Peña); los procedentes de pueblos o aldeas (Alesanco, Tobías, Turza, Manzanares, Murillo, Hervías, Baños, Villarejo, Villoslada, Bobadilla, Uruñuela), vascuences (Aransay, Arregui, Zuazola, Madariaga, Areitio, Ayerdi), serranos (Magaña, Calvo, Cordero, Peñalva, Puente, Salas) o, en fin, sin origen definido (Álvarez, Díez, Vázquez, Armas, Alonso, Morga, Martínez, Grenabuena, Moreno, Oteo, Guerra, Somalo, Lerena, Francia, Orodea).

En resumen, este pueblo, surgido oficialmente en los difíciles años de la Reconquista y Repoblación medieval pero con evidentes huellas prehistóricas, romanas, visigóticas y musulmanas, recorrerá su particular periplo histórico con una secuencia no muy diferente a la de otras localidades y gentes de su marco político-territorial: grupúsculo tribal de los Berones, avanzadilla cristiana del reino navarro-najerense, villa de realengo del reino de Castilla, jurisdicción burgalesa de la España del Antiguo Régimen para terminar como uno de los 174 pueblos de un territorio surgido como provincia de Logroño en 1833 y reconvertido en Comunidad Autónoma de La Rioja en 1982. Con una etimología todavía sin clarificar pero que parece guardar relación con su situación estratégica (Del latín "Magis tutum" o "más seguro", por su localización entre montañas y bosque), poco a poco sale de su oculto reducto del sur (La zona del Covacho y el Plano con la iglesia de San Miguel) para extenderse hacia el norte gravitando en torno a una explanada, configurada en adelante como Plaza Principal, donde en el S. XVI, cuando alcanza su máximo apogeo demográfico, levanta la parroquial de San Román sobre otra primitiva iglesia de la misma advocación, de la que conserva el marco de su puerta principal, y la circunda progresivamente con sus edificios más nobles. Invariable en la morfología urbana y modo de vida desde entonces, alcanza el S. XIX estructurado en tres calles principales (Mayor, Orive y de Los Marqueses) y cinco barrios (Somero o de arriba, Bajero, de la Fuente, Santa Ana y del Hospital, éste último llamado así por disponer de una casa de beneficencia para mendigos y necesitados en algún lugar de la actual calle de Las Eras). Con Fuente Pública en la Plaza desde la segunda parte del XIX, lamentablemente destrozada en torno a 1960 al sustituirla por otras dos en sitios diferentes, y Carretera desde el primer tercio del XX, reemplazando al viejo camino de herradura, traslada también en 1934 el antiguo Cementerio de San Miguel a Las Llanas por estar mejor ventilado y convenientemente apartado de la zona residencial.

Efímeramente resurgido en los años centrales del XX, como tantos pueblos por el retroceso general que supuso la fase autárquica del Franquismo, se colocará, gracias a los cuantiosos réditos de las subastas madereras de su Mancomunidad de Montes, en vanguardia del ámbito rural al disponer anticipadamente de mejoras y servicios extraños a una época tan atrasada: Agua Corriente, Calles encementadas, Repetidor de Televisión. Con ellos, los logros de la emprendedora alcaldía de los años sesenta (Fábrica de Muebles, nueva Escuela, Complejo multiuso: molino, verracos, almacen), la posterior Trilladora y el remate de los ochenta (Concentración Parcelaria y Frontón), Matute parecía encaminar el porvenir con optimismo sin darse cuenta de que su tiempo había pasado pues para entonces España vivía un proceso imparable de cambio, industrializador durante el último Franquismo y de modernización plena con la Democracia, que hizo ímprobos, como en casi todo el mundo rural, los esfuerzos para retener una población atraída masivamente por las ciudades, con cuyo imán de bienestar y estilo de vida no podía competir de ninguna manera. Así hasta el día de hoy en que es consciente de haber agotado el modelo clásico de poblamiento y haber iniciado otra dinámica. Después de tres mil años de andadura histórica bajo la misma estructura vital, Matute aborda el S. XXI con el reto de amoldarse a su nueva función, que no desaparición, de segunda residencia y espacio de ocio y jubilación conservando su memoria histórica y generando servicios afines para los que, por cierto, cuenta con la ventaja del importante legado en edificios de los años sesenta, fácilmente adaptables a las nuevas necesidades. Comienza, pues, un nuevo ciclo de la historia de Matute.

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